Jose Luis Bonet, Presidente de la Cámara de España
El coronavirus Covid-19 se
extiende rápidamente por todo el mundo. Pero, gracias a la globalización, más
veloz aún es la expansión del miedo, un agente mucho más peligroso para la
economía global que el propio virus.
La paralización de la producción en las regiones
más afectadas en China y los efectos adversos sobre la industria, el comercio,
el transporte y el turismo en el resto del mundo han provocado ya severas
caídas en los mercados bursátiles y un recorte en las previsiones de
crecimiento económico para este 2020.
La OCDE ha sido el primer
organismo internacional en revisar sus previsiones para este año como
consecuencia del efecto del coronavirus.
En su escenario más optimista,
que la expansión del virus se controle en la primera mitad del año, la factura
en términos de crecimiento económico será de medio punto porcentual en todo el
mundo. Es decir, la previsión de incremento del PIB mundial se rebaja del 2,9%
al 2,4%.
Sin embargo, si la epidemia es
más intensa y duradera en el tiempo, el crecimiento podría rebajarse hasta la
mitad de lo inicialmente calculado, quedándose en un débil avance del 1,5% que
se traduciría en la probable entrada en recesión de algunas de las economías
más avanzadas del mundo.
China exporta mercancías por
valor de 2,4 billones de euros, más que ningún otro país en el mundo; también
es el máximo importador de materias primas y solo Estados Unidos consume más
petróleo.
De momento, esta crisis sanitaria
está empezando a afectar a las cadenas de suministro sobre las que se basa el
comercio mundial, tanto a los proveedores de materias primas para las
industrias chinas como a las empresas de todo el mundo que dependen de piezas y
componentes que se fabrican en China. Industria automovilística, bienes de
consumo o productos tecnológicos son sectores que ya se están viendo afectados.
El problema es que llueve sobre mojado y esta emergencia
sanitaria y sus consecuencias económicas se suman al cúmulo de elementos
adversos que ya estaban condicionando el comercio internacional, como el
Brexit, la guerra comercial entre China y Estados Unidos o los incrementos de
aranceles impuestos por Estados Unidos a algunos países.
En estos momentos, estando
decididos a mantener la hipótesis más optimista, guardar la calma y no
sobreactuar es imprescindible, eso sí, sin dejar por ello de trabajar en planes
de contingencia para poder reaccionar en caso de que sea necesario.
La búsqueda de proveedores
alternativos o la organización de medidas de teletrabajo para asegurar la
continuidad de la actividad son iniciativas necesarias, pero sobre todo es
crucial confiar en la gestión de la epidemia por parte de las autoridades
sanitarias nacionales e internacionales y no adoptar acciones desproporcionadas
que alimenten la espiral del miedo ni medidas económicas que contribuyan a
desalentar todavía más el crecimiento económico.
Esperemos que nuestro optimismo
no se vea desmentido por la realidad.